Armenia, la cuna del vino, renace con el trabajo de una familia argentina

971

“En Armenia son muy conocidos esos vinos. Tenés una cena, querés quedar bien, llevás un Karas”. La afirmación vino por Instagram, luego de que posteara la degustación virtual de la que participaba, donde Juliana del Aguila Eurnekian, presentaba dos de sus vinos Karas, producidos en Armenia, la tierra de sus ancestros. La afirmación venía de otra descendiente de armenios, Agustina, hija de mi amigo y colega periodista César Dergarabedian, que algunos años atrás visitó la cuna de sus ancestros y, lógicamente, también aquellas en donde se producen los Karas.

Juliana del Aguila Eurnekian es sobrina de Eduardo Eurnekian, a quien en la Argentina se lo conoce principalmente por ser el dueño de Aeropuertos Argentina 2000. Es la propietaria y presidente de la Bodega del Fin del Mundo, el establecimiento fundado hace algo más de 15 años en San Patricio del Chañar, en Neuquén, y lo es también de Karas Wines, el proyecto que apunta a hacer renacer a Armenia como lo que es, la cuna del vino del mundo. Porque todo comenzó allí: el vino surgió en Armenia cuando Noé llegó al Monte Ararat, tal como lo recuerda el Génesis en su capítulo 9, versículo 20.

Es bajo esa mística que la familia Eurnekian, con Juliana a la cabeza, lleva adelante el proyecto que comenzó en 2010, un año despés de haber adquirido la bodega de Neuquén. La producción del vino armenio tiene su origen en las cuevas de Arení, hace 6.200 años, cuevas cercanas al monte Ararat. Se trata de una zona de suelos principalmente volcánicos y por esas particularidades es donde se concentra el trabajo que viene realizando Juliana desde hace más de 10 años: encontrar, entre la multiplicidad de cepas existentes en esa región, cuáles son las que la que expresan al vino armenio, las que impulsarán el renacimiento de la producción de vinos nuevos que vuelvan a poner a Armenia ante los ojos vitivinícolas del mundo.

Es una búsqueda que comenzó realizando junto a Michel Rolland, el famoso enólogo francés, con quien indagó en las características del vino de esa región a partir de sus cepas, de sus suelos, de las variedades que se dan bien en esa zona cargada de historia. Esa es la meta: dar con las cepas que reflejen las particularidades de una región que guarda parte de la historia de la humanidad y de la historia del vino.

Quienes buscan encuentran. La variedad arení, la de las cuevas, es una de las que mejor se da. Lo mismo que la sirení, la kangun, y la yoskehat, uvas que en poder del enólogo de Karas – un argentino – dan lugar a vinos blancos y tintos de una elegancia tan simple como potente.

Hacer vinos de calidad y que expresen esa cultura creadora olvidada obliga a Juliana del Aguila no sólo a dar con aquellas variedades que den cuenta del valor de esa región sino que, además, impregne el hábito actual de los armenios que viven en su tierra. Consumen apenas 3,5 litros de vino por año, contra 19 o 20 litros per capita que registran los principales productores del mundo. Elaborar un buen vino implica no sólo darlo a conocer sino también animar a la creación de un nuevo mercado interno en el que conviven el brandy y el vino de granada, entre otras bebidas.

Producir un vino que exprese lo que guardan las tierras armenias demanda un gran esfuerzo. Los veranos son muy calientes, con temperaturas que superan los 42° mientras en los inviernos el termómetro se precipita por debajo de los cero grados, hasta los 20° bajo cero cuando el frío se vuelve realmente extremo. Tener viñedos que produzcan uvas de calidad teniendo en cuenta estos extremos los lleva a desarrollar prácticas que en otros lugares del mundo pueden no tener sentido, como enterrar a las vides más jóvenes mucho más arriba de sus raíces para que no queden expuestas al rigor de los inviernos, donde nunca faltan nevadas.

Los vinos de Karas, esos que hay que llevar a una cena para quedar bien, se exportan a Rusia, Estados Unidos, China, Polonia y Lituania y, de a poco, van llegando a la Argentina, a través de vinotecas muy orientadas a ofrecer a sus clientes productos diversos y diferentes.

En eso consiste lo que está sucediendo en esa parte de Europa tan intensamente impactada por la historia de la humanidad. “El renacimiento del vino de Armenia se da en paralelo al que está sucediendo en Grecia y en Turquía. Es lo que se está conociendo como mundo ancestral del vino”, dijo la propia Juliana del Aguila Eurenkian mientras presentaba sus vinos en forma virtual a través de una convocatoria de la vinoteca SoilWines. Un mundo ancestral que, por esas cosas de la historia, supo echar raíces en los cinco continentes para dar origen a los vinos del viejo y del nuevo mundo. Porque el vino es mística y trascendencia en cada botella, en cada copa. O como bien dijo Juliana, porque el vino es infinito.

Artículo anteriorEse tornado llamado TikTok: la velocidad del mundo digital
Artículo siguienteUn post caprichoso: Raffaella Carrá, las telecomunicaciones y la comunicación
Soy licenciada en Comunicación Social, egresada de la Universidad Nacional de Cuyo. Estoy especializada en telecomunicaciones, tecnología y economía digital. Mis conocimientos sobre la industria vitivinícola vienen por defecto. En la secundaria me hacía machetes en Braille.